Por: Miguel Ángel Alvarado
La organización es impecable. Pero también lo es el discurso. La Facultad de Humanidades está tomada como lo está Ciudad Universitaria, uno de los corazones primigenios de Toluca. A esta hora las barricadas brillan con las últimas luces pero las sombras han sido mantenidas a raya de cualquier manera. «Hoy entrevista con Todo en Contra», dice un letrero trazado sobre un pizarrón. En Humanidades todo es vitalidad.



No hay clases porque la enseñanza es otra. Hay música y mucha agua. Los salones y los baños están limpios y funcionan. Los alumnos que hacen guardia viven la realidad que otras generaciones no pudieron concretar o no quisieron. Hoy las barricadas hablan y aunque se especula un desalojo violento, esa hipótesis no le resta valor a nadie ni a nada. Queremos que se cumplan las exigencias principales. Queremos que las autoridades dejen de mentir. Queremos paz, dicen los alumnos mientras recorren CU tragados por los charcos de luz eléctrica.
Cada escuela tiene su propia organización, interconectadas entre sí por el diálogo y la comunicación. Vamos arriba, a la Cabeza de López Mateos, que se alza sobre Toluca como un dios enano al que le negaron un cuerpo. De esa gigantesca nariz, de esos ojos glaucos y vacíos, de esa boca de muerto pende la bandera rojinegra de la huelga. Algunos medios, uno sobre todo, ha criminalizado al movimiento parista. Pega y esconde la mano pero no ha pasado desapercibido para el Enjambre, como se llama el conjunto de universitarios que defienden a sus escuelas, al presente que debe cambiar y desafían al futuro que ya no es como solía ser. El ascenso es la boca del lobo pero arriba la vista es inenarrable. La ciudad es un mar ahogado en luces, pintada de ráfagas rojas y amarillas como si se preparara para una guerra. La hay, están ahí, soterradas en la claridad engañosa del día.
Desde arriba todo es simple y parece que nada se mueve. Desde arriba la cabeza de Adolfo López Mateos es sólo una piedra mal utilizada, un símbolo que no significa. Los universitarios paristas miran la ciudad y miran a los reporteros desde la rebeldía de sus razones, que son las de un mundo congruente que no existe, que debe ser creado una y otra vez. Se cubren los rostros porque conocen el revanchismo de las autoridades universitarias, que han demostrado ser frágiles, traicioneras, ambiguas, mañosas e incompetentes. «Que resuelvan», coinciden los jóvenes, que están tomando en sus escuelas la lección más importante de sus vida.







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