Ricardo Moreno, de alcalde de izquierda a aprendiz de Díaz Ordaz

Crónica de la represión de un 2 de octubre

Por Lía Ramírez

Dos policías la llevaban sujeta de los brazos, alrededor caminaban casi 20 uniformados, muchos para una estudiante joven que quizá no había hecho más que participar en la manifestación convocada en conmemoración de la masacre de estudiantes del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.

La marcha comenzó temprano y a las 9:30 ya avanzaba el contingente, que en su recorrido pintó, rompió, gritó por la justicia, por la aparición con vida de los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa y por Palestina, Sin embargo, el recorrido fue interceptado por policías del municipio de Toluca y por otros hombres que no se identificaron, que cuidaban quién sabe qué cosa, dicen que las calles, que la Feria del Alfeñique, que los adornos, que la Feria del Libro; entonces, con prepotencia, evitaron que el contingente avanzara por Hidalgo y por Juárez y en esa esquina, con bastones, los policías y los hombres ahí apostados comenzaron a golpear a los muchachos que les pedían pasar.

Pero no había negociación, tiraban golpes indiscriminadamente, le dieron a reporteros, a una mujer, a un estudiante; alguien de prensa fue golpeado y debió soltar su cámara, que ya no le devolvieron.

La ambulancia, que tardó más de media hora, tuvo que atender a dos jóvenes que debieron ser llevados a la clínica del IMSS. Más tarde, la gente de la marcha aseguraba que le rompieron las costillas.

Los policías y los jóvenes estaban enfurecidos, sí, los dos bandos, hubo forcejeo e insultos, hubo pintura y objetos volando, pero la policía tiene un largo historial de brutalidad y en el contingente cupo la prudencia, optó por retirarse de regreso por la avenida Juárez.

Tras la confrontación inicial y el ataque a los periodistas, los policías retuvieron a un joven que fue golpeado en los ojos, le fracturaron una costilla y lo dejaron porque el contingente intervino y lo exigió, luego movilizaron a más policías armados que llegaron a cerrar el paso de Juárez y encapsular la marcha.

Una vez en el parque Simón Bolívar, mientras se daban algunos pronunciamientos, una camioneta de auxilio vial que circulaba por Gómez Farías se detuvo en el alto de Rayón, algunos jóvenes corrieron hasta ella y luego de bajar al chofer la golpearon, rompieron los cristales y el vehículo recibió la revancha de la ofensa policial por no dejarlos pasar, el vehículo pagó el precio de la violencia ejercida contra el contingente. 

Desde que la camioneta fue incendiada a la llegada de una motocicleta con dos policías, transcurrieron unos cuantos minutos, no fue la media hora que tardó la ambulancia en llegar para atender a estudiantes, tampoco las dos horas que tarda en llegar una patrulla cuando hay un asalto, fue poco tiempo. Cuando llegaron el contingente ya se había dispersado y los policías daban vueltas resoplando, sin atinar más que a intentar detener o agredir a todo el que pareciera estudiante. Quisieron entrar a La Casa del Estudiante, pero no pudieron, sólo la rodearon confusos, era evidente que no sabían qué hacer pero eso sí, necesitaban culpables.

Un comunicado del presidente municipal, el morenista Ricardo Moreno, emitido horas después, diría que los policías actuaron con firmeza, pero no, lo hicieron con torpeza, con furia, irracionalmente, gritando a todo aquel que tuviera una cámara en la mano, dando vueltas, resoplando, furiosos, corrían por Juárez, después se fueron a Gómez Farías sin saber qué hacer. Un uniformado al que todos seguían intentaba sin éxito enlazar una llamada con quién sabe quién.

Luego, por Rayón, apareció un grupo de policías que llevaban a un joven con la cara sangrando, no parecía ser parte del contingente, pero igual lo subieron a una patrulla, y también a una joven, y a otra… tanta policía enojada; a su paso no querían testigos, empujaban y amenazaban; otro fotógrafo fue violentado, luego otro más.

Aunque en un comunicado firmado por el alcalde morenista Ricardo Moreno se justificó la represión al decir que el contingente de estudiantes era una “amenaza inminente […] para las familias, comercios y visitantes que transitaban y visitaban las Ferias Internacional del Libro del Estado de México y del Alfeñique”, lo cierto es que la amenaza para la ciudadanía era la policía: una mujer fue empujada y pateada por defender a una joven y otra más fue lanzada al piso, además de las amenazas a todos aquellos que tenían un teléfono en la mano.

Los estudiantes quemaron la camioneta, pero no fue una provocación, fue una respuesta a la represión. El Ayuntamiento de Toluca actuó violentamente y luego justificó su proceder, cinco estudiantes fueron detenidos y llevados al Ministerio Público de Metepec, ellos no fueron los responsables del incendio de la patrulla vial.

El subdirector de la policía municipal de Toluca, José Luis Álvarez, quien era resguardado por dos guardaespaldas, no dio explicaciones, no atinó a decir nada, sólo a pedir que los medios se identificaran y se fue sin poder explicar el proceder.

Las redes sociales se llenaron de videos y justificaciones de las acciones de la policía, pero no cabrá ninguna porque, también lo dicen las redes, los estudiantes no son únicamente los que están en las aulas, también son los que están en las calles, no hay justificación porque la iconoclasia no es un delito que haya que castigar con golpes y de ninguna manera hay justificación para una policía que reprime.

El comunicado del ayuntamiento y la conferencia de prensa que dio esta tarde el presidente municipal quieren imponer una versión obtusa, al más puro estilo de los gobiernos represores de cualquier partido, justificación de un proceder erróneo y evidentemente torpe.

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