Por: Carlos García Benítez/ Palabra en peñada
No es lo mismo nacer junto al olor de la tierra, la tierra, tierra. No junto al frío pavimento. No es lo mismo nacer arropado por los brazos de la Madre Tierra y su amplitud, junto a los tendederos de hojarasca, el gorjear del agua sin destino y el murmullo de la fauna; no es lo mismo ver sepultar a la semilla y mirar cómo renace generosa para dar el sustento a la vida; no es lo mismo ver nacer y escabullirse, día tras día, al sol y la luna tras los rumores de las montañas, y ver pasar esos ritmos e imágenes durante 37 años, al menos. Justo la edad que tenía Samir Flores Soberanes cuando fue asesinado. Una vida así siembra al hombre al terruño, en una hermandad indisoluble. Sólo sabiendo el sabor que tiene la tierra se puede dar la vida por ella, y así fue. Samir, originario de Amilcingo, Morelos, fue victimado el 20 de febrero de 2019, ahí mismo en su pueblo natal. La causa: ser un comprometido defensor de sus tierras ante la voracidad capitalista que, sistemáticamente y con otras modalidades, sigue despojando a los depositarios originarios de ellas.
La historia de Samir remite a otros pasajes de la historia de este país. Sólo para situar algunos están la lucha de los yaquis, la de los mayas, los zapotecas, los otomíes, los triquis, donde los motivos siempre fueron y han sido los mismos: la demanda de una vida justa y la lucha por la tierra. Combates ancestrales, y peor aún, sin caducidad porque en nuestros días aún siguen vigentes. El trágico guion es el mismo, con mínimas variantes en los actores: Jacinto Canek, Emiliano Zapata, Rubén Jaramillo, Lucio Cabañas, Genaro Vázquez y una larga lista a la que, penosamente, se sumó Samir en pleno siglo XXI. Este recuento revela un tiempo sin tiempo para los pueblos originarios, donde los cambios esenciales para una vida digna les están negados. ¿Qué cambia en esas historias? Nada en las motivaciones, sólo el rostro de las víctimas y acaso en la ferocidad con que son violentados y asesinados, y la “naturaleza” de los perpetradores que hoy son variopintos: de distinta filiación política, incluidos los de “izquierda”, pero a la orden del poder capitalista.
Samir fue un férreo defensor de la lucha por la tierra, activismo que realizó prácticamente desde su niñez, una vena que le venía de familia. Su tío Vinh Flores Laureano surcó un rumbó parecido y, de igual manera, encontró el mismo destino, también fue asesinando. Pero, la lucha de Samir fue mayor cuando denunció las afectaciones que traería para su comunidad, en distintos órdenes, la construcción de la termoeléctrica en Huexca y el Proyecto Integral Morelos. El 10 de febrero de ese año, en un mitin en Cuautla, donde López Obrador anunció la consulta para avalar el proyecto de construcción de la termoeléctrica, Samir encabezó una protesta, que encontró en el mandatario la descalificación, llamando al luchador social y sus acompañantes, “radicales de izquierda y conservadores”. Diez días después Samir sería asesinado. A pesar de que la familia le pidió a Obrador que respetara el duelo y no llevara a cabo la consulta el mandatario los ignoró y la realizó. El resultado dio como respuesta un sí a la construcción, pero para varios pobladores el ejercicio fue tramposo pues no se consultó a los directamente afectados como incluso lo marca la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en su convenio 169.

Samir Flores fue campesino, trabajó la herrería, apoyó firmemente el desarrollo de su pueblo tanto en la vida comunal como desde el activismo, que ejerció como integrante de diferentes organizaciones en la defensa de los derechos de los pueblos originarios y en defensa de la naturaleza y la tierra. Pero un destello más se sumó a su biografía: fundó una radio comunitaria, lo que dio cuenta del reconocimiento del activista de este medio de comunicación como una alternativa para llevar a otro territorio la vida comunal, pero también como un medio para la lucha. Desde la radio se exponían las demandas de la vida del pueblo, sus preocupaciones, sus acuerdos, sus fórmulas de organización, consciente de que era necesario unificar al pueblo vía una comunicación abierta y colectiva, sin una potestad empresarial mediática. Desafortunadamente, esa fue la táctica para matarlo: los asesinos lo sacaron de su casa pretextando que querían poner un mensaje para la comunidad por la radio. Cuando él salió para atenderlos lo asesinaron de tres disparos.
Muy temprano, desde esa mañana del 20 de febrero el pueblo de Amilcingo se llenó de dolor, zozobra, tristeza y rabia. Samir ya no estaba entre ellos, entre nosotros, dejó el plano de persona y se transformó en un personaje, en un símbolo de lucha para los pueblos en resistencia, se materializó en otro plano, en distintos soportes, aquellos que tiene una sociedad para guardar la memoria de sus héroes de a pie: historia oral, textos, audios, videos, canciones, grabados, murales y todo aquello que sirva para asentar su recuerdo, su paso por la historia. El 20 de febrero de este año esa práctica se materializó con la realización de varios bustos de Samir, que se instalaron en Guadalajara, Francia, Italia y EU. Otro más fue colocado en la Normal Urbana de Cuautla, en la institución fundada por Vinh Flores Laureano. Otro busto más se colocó en las islas de Ciudad Universitaria en la UNAM, frente a la Torre de Humanidades II, arropado por distintas Facultades que integran el campus universitario, esto a iniciativa de algunos profesores de la UNAM y colectivos de la sociedad civil.
Para nadie es un secreto que el campus de la UNAM es un gran espacio desde donde, entre otras cosas, se construyen saberes, pensamientos, ideologías y se articulan memorias de pasajes y personajes de nuestra historia, que algunas veces se han materializado, incluso de manera literal en edificaciones. La propia Biblioteca Central de Ciudad Universitaria es un gran códice por sus flancos, desde donde cada uno cuenta una etapa de la historia de México. Algunos edificios llevan los nombres de ciertos personajes de la historia, los auditorios de algunas facultades también. Por los pasillos de las facultades no pocas veces se encuentran bustos de algunos actores de la historia nacional y de personajes emblemáticos para la UNAM. Sí, es un espacio para la discrepancia que a veces se materializa, pero una generación de la comunidad universitaria impidió la desmesura del culto a la personalidad monumental y derrumbó la estatua de Miguel Alemán que se había impuesto frente a la Biblioteca Central, en un ejemplo del rechazo a la implantación de una imagen dominante como signo tutelar de un espacio de enseñanza, investigación y difusión de la cultura.


Fotos mediateca INAH
Pero naturalmente, la UNAM también hace historia y memoria, y este emplazamiento deja abierta la reflexión de qué y quiénes deciden la panorámica visual del campus, vía la edificación o la escultura de paisaje. ¿Qué pasajes y qué personajes tienen espacios protagónicos y quiénes no? ¿Son relatos de historias lineales, privilegiadas, fracturadas, incompletas, o fragmentadas intencionalmente? ¿Quién impone los criterios?
Hacia abril de 2024 este tema llegó a un punto inquietante, generado por una controversia que se dio en la Facultad de Derecho de la UNAM, de donde fue desprendida de sus pasillos una placa con los nombres de Roberta Avendaño Martínez y Miguel Parra Simpson, alumnos de esa institución y miembros históricos del movimiento estudiantil de 1968. La placa, colocada en los pasillos de la Facultad, junto a otras de miembros destacados de la comunidad, fue desprendida y destruida a juicio de una autoridad que sostuvo que no jugaron un papel relevante ni para la institución ni para el país, mirada extraordinaria en un México cuyo discurso político hoy blande el valor de una democracia (mediana) a la que se llegó vía esas luchas históricas y que lograron poner en el poder a quienes hoy, efectivamente, lo ejercen y administran, regodeándose como herederos de esas luchas de vanguardia.

Foto: Ángulo 7.
¿A quién conviene, desde la propia Universidad, anestesiar parte de las páginas contemporáneas de la historia? ¿No será mejor completar esa historia desde las historias de los de abajo? Hasta el momento Samir se afianzó de otra manera en otra tierra, en la del campus de la UNAM, mirando y cuestionando. Toda imagen es didáctica, todo busto también. Sin duda, son expresiones formativas que detonan preguntas y respuestas a quien sale a su encuentro, enmienda esos vacíos que, acaso, nunca se explicaron en el aula. Es una clase abierta, gratuita en este espacio que de esta manera bien puede apostar por ser llamado la Facultad de la Memoria.



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