Jojutla, la fosa interminable

Palabra en peñada

Por: Carlos García Benítez

El regreso de la historia

Las sombras poco a poco desaparecen en el amanecer de Morelos. Son las primeras horas de la mañana del 6 de noviembre de 2024. Aparece un cielo azul, amplio, brillante y no puede ser de otra manera, pues Jojutla, según su significado ancestral, es el “Lugar abundante en pintura azul”. Algunas aves planean y cantan su algarabía matinal. Acaso más alborotadas de lo común, porque en el panteón municipal Pedro Amaro, no es habitual que haya tanta gente tan temprano. Pero aquí están de nuevo, aquí se han dado cita algunas de las colectivas de buscadoras de desaparecidos de la región: Regresando a casa Morelos, Desaparecidos de Tetelcingo y Jojutla, Unión de Familias Resilientes en Búsqueda de sus Corazones Desaparecidos, Víctimas y Ofendidos del Estado de Morelos, Buscadoras del Sur de Morelos, Caminando por las Calles JRRM, con la compañía de la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, que están a punto de iniciar la tercera diligencia de exhumación de fosas clandestinas e irregulares en este sitio, que da seguimiento a una pesadilla que inició en el año de 2013, con el descubrimiento de fosas en Tetelcingo.

Dentro del panteón las colectivas se saludan con familiaridad porque, en efecto, la tragedia de perder a una o a un ser querido los unió como familia en esa lamentable travesía. Cada grupo toma un espacio dentro del panteón y despliegan un protocolo organizado que revela un ejercicio que tienen bien dominado. Es como un campamento, pero con una finalidad doliente: hacer guardia para presenciar y vigilar cómo se exhuman los cuerpos que fueron colocados en fosas irregulares, donde yace la esperanza de encontrar a su ser querido. Destaca la determinación de las personas para trabajar más allá del cansancio, pues se sabe que será una jornada larga: del 6 de noviembre al 11 de diciembre, con horarios de 7 de la mañana a 7 de la noche. Sí, superando una jornada laboral reglamentaria para un trabajo del tiempo de la barbarie, de la injusticia despiadada que vive el México del siglo XXI: la desaparición de seres humanos. Sorprende, también, que prácticamente todas las colectivas están conformadas en su mayoría por mujeres, listas para afrontar la faena. Es una constante que se replica en el resto de colectivas del país. ¿Y los padres buscadores?  ¿Incluso, en ese contexto, en México, se vive la ausencia paterna?  

En Morelos, esta funesta historia comenzó en 2013, tras el secuestro y el posterior asesinato de Oliver Wenceslao Navarrete Hernández. Pese a que semanas después el cadáver del joven fue encontrado y reconocido por sus familiares, las autoridades no entregaron el cuerpo, argumentando que era necesario hacer pruebas periciales para comprobar lo que ya se sabía: que era su familiar. A estos hechos irregulares y revictimizantes se fueron sumando más, que dilataron inexplicablemente la entrega del cuerpo a su madre, María, y a Amalia Hernández, la tía del joven, quienes no dieron tregua a esta odisea que tendría un final aún más absurdo: sin ser avisadas el joven fue colocado en una fosa común en Tetelcingo. Ese acto corrupto e ilegal de las autoridades estatales abrió un nuevo frente de lucha para la familia Hernández para recuperar el cuerpo de Oliver, y no cejaron en ello. Una férrea lucha de varios meses obligó a las autoridades a exhumar el cuerpo del joven de ese lugar.

Ellas estuvieron presentes durante la diligencia y ese día cambió su vida, la de Morelos y la del país entero: para sacar el cuerpo de Oliver, antes tuvieron que sacar decenas de cuerpos más, “me llené de terror, dice Amalia, vi cómo aventaban las bolsas con cuerpos humanos como si fueran bolsas de basura hasta encontrar a mi sobrino”. Ante la pregunta a las autoridades de por qué estaban tantos cuerpos ahí –más de un centenar–, la respuesta fue apabullante: “porque nadie los reclamó, son cuerpos que nadie quiere”, apunta Amalia triste y con rabia. Esa historia no se quedó ahí, oculta, en la soledad de la montaña, como pretendía el Estado porque ellas pusieron en el ojo público esta situación y a los pocos días el país y el mundo se enteraron que Morelos, como en el resto de la república, el suelo suele ocultar decenas de restos mortales de manera irregular, revelando una práctica de desaparición y asesinato que se solapa, se provoca, se ejerce y se oculta desde el propio Estado. Se trata del implacable ejercicio de la necropolítica.

Al poco tiempo quisieron callar a María y Amalia: “nos citaron a una reunión con altos funcionarios del gobierno del estado, [y ahí] nos dijeron que no reveláramos más y que ya no moviéramos las cosas; [nos hicieron una] oferta, nos darían 200 mil pesos por cada cuerpo que se encontraba en la fosa a cambio de nuestro silencio y con una garantía mayor: que todas las dependencias de gobierno involucradas ya estaban de acuerdo, nos quedamos mudas, sorprendidas, indignadas, era como un sueño o pesadilla, salimos con la cabeza enredada de la reunión”.

Fueron días difíciles. Amalia y María sabían que, de no aceptar, una maquinaria violenta en un país tradicionalmente represor para estos casos se preparaba contra ellas. Y tomaron la decisión que su dolor les dictó: “pensamos en el dolor que significó para nosotras haber perdido a Oliver y todo lo que pasamos para recuperarlo, jamás aceptaríamos ‘que estaba en una fosa porque no lo reclamamos y porque no lo queríamos’, cada cuerpo que vimos significaba una historia como la nuestra y no estábamos dispuestas a ser cómplices del gobierno, no aceptamos esa ofensa monetaria del Estado y decidimos luchar y denunciar estos abusos de violación a los derechos humanos, pese a todos los riesgos que esto nos ha traído, y desde entonces estamos en esta lucha y aquí seguiremos”. 

Este derrotero no ha sido fácil. “Muchas veces –dice Amalia–, se me ataca desde el gobierno y, a veces, desde las propias colectivas: ‘que yo qué reclamo si mi familiar ya apareció, que ya lo enterré, que yo ya no soy víctima, que seguramente alguien me paga, que qué hago ahí’. Para mí lo que viví con Oliver cambió mi vida, fue un terror que no le deseo a nadie, y sé que hoy mucha gente sufre por lo mismo. Lo peor de todo es que las autoridades son insensibles a esto. Afortunadamente, pero también lamentablemente, durante todos estos años he aprendido sobre estos infortunios, desde cómo tratar con la autoridad, cómo hacer una denuncia, cómo funcionan las fiscalías, hasta cómo se hace una búsqueda en las fosas, y tengo el derecho y la obligación de compartir esto con otras personas, con otras víctimas. Justamente por todo lo que sufrí, porque el ser víctima no tiene tiempo, jamás se acaba, quedas marcada, sigo siendo víctima porque Oliver jamás va a volver, le cortaron su vida de manera injusta. No, no concibo quedarme en casa mirando en la televisión cómo se comenten en este país violaciones a los derechos humanos y hay crímenes de lesa humanidad solapados por el gobierno, es un compromiso con la sociedad y los derechos humanos. Y sobre la paga, simple, que me lo comprueben”.

Después del descubrimiento en Tetelcingo llegaron denuncias de que movimientos extraños ocurrían, tiempo atrás, en el Panteón Pedro Amaro de Jojutla, donde camionetas por las noches depositaban cuerpos de manera irregular. La presión de las buscadoras y grupos de la sociedad civil obligaron al gobierno para indagar al respecto. Las colectivas tenían razón. Hacia 2017, poco a poco los trabajos en el sitio revelaron que, en efecto, ahí se encontraban decenas de cuerpos o restos humanos que el gobierno estatal había decidido depositar ahí por la misma razón: “porque nadie los reclamó, son cuerpos que nadie quiere”. Desde que inició este pasaje de horror, las colectivas demandaron el derecho de estar presentes en las diligencias para ser testigos y no permitir a los funcionarios que guarden la información que “luego se pierde”, sometiendo a las familias a una nueva revictimización: por enésima ocasión su ser querido vuelve a desaparecer. Por eso, hoy están aquí, por tercera ocasión y “las que sean necesarias, hasta encontrarlos”, sentencian.

En el panteón se preparan para escuchar “el canto”, así se conoce a la frase que uno de los funcionarios de la diligencia lanza para indicar la fecha y la hora en que inician los trabajos en la Zona Cero. Acto seguido, comienza la titánica tarea.

El canto quedó en silencio

Fue un año de intensos trabajos para preparar esta diligencia, se sumaron distintas dependencias gubernamentales afines a estos asuntos, por supuesto las colectivas de buscadoras. Semana tras semana se afinaron detalles hasta llegar a este día donde, para sorpresa de las víctimas, los acuerdos habían sido reventado por parte del gobierno en dos puntos medulares: no estarán los expertos forenses de la Guardia Nacional ni la Fiscalía general de la República (FGR); todo ha quedado en manos del gobierno del estado de Morelos, el malestar es profundo entre las colectivas porque su experiencia ha demostrado que cuando el gobierno estatal trabaja solo, entonces no hay avances, se guardan las evidencias, no se hacen las pruebas genéticas correspondientes, se archiva información, no hay identificación de los cuerpos encontrados, pasan años y no hay nada por una ecuación elemental: porque el gobierno del estado se investiga a sí mismo. Todo se congela. Un día antes de empezar las diligencias a las colectivas se les avisa esto con la promesa de que se haría todo lo necesario para que las citadas instancias estuvieran ahí, pero nada se logró. Se improvisa una mesa de negociación, las colectivas argumentan y defienden que los expertos de la Guardia Nacional y la FGR han dado mejores resultados, ellos sí han podido identificar cuerpos, pero el funcionario del gobierno es contundente: “Guardia Nacional y FGR se bajaron de la diligencia y no estarán”.

Las explicaciones del funcionario sorprenden parcialmente porque se trata de la retórica habitual, predecible, de la burocracia estatal. Lo que no deja de sorprender son los argumentos que defiende: “que la Guardia Nacional no puede estar porque está ocupada atendiendo lo del Tren Maya, que la FGR tiene exceso de trabajo”, que van a generar el oficio de convocatoria para ver si acaso hay respuesta favorable, “¿y en un año de trabajo no se pudieron generar los oficios?”, preguntan las colectivas. Entonces el funcionario se empieza a enredar, “que sí están pero que no se les enviaron a las colectivas”. Hace llamadas telefónicas y acelera la negociación, su tez blanca se torna rojiza, sorprende su respuesta: que las instancias faltantes no llegarán y que se van a iniciar las labores en esas condiciones.

Sorprende más la decisión de las colectivas, que acuerdan no dejar trabajar a las autoridades y hacen un cerco humano en torno a la Zona Cero hasta que no haya una respuesta favorable y demandan la presencia de Margarita González Saravia, gobernadora morenista del estado, que en tiempos de campaña empeñó su palabra para apoyar en esa crisis humanitaria. El funcionario en turno hace una observación intimidante: “como gusten, están en su derecho, pero recuerden que esto es zona federal, si la instrucción del gobierno lo indica las pueden desalojar y detener”. La respuesta de algunas buscadoras es aún más contundente: “no será la primera vez que pise la cárcel por estar en esta lucha”. Tranquilas, nuevamente, mostrando que esta acción no es rara para ellas, hacen rápidamente un cinturón que rodea la Zona Cero, que se llena de voluntades inquebrantables. El día avanza, el gobierno decide que ante “la negativa de las colectivas de no dejarlos trabajar” se irán, “pues hay que apoyar las búsquedas de otras víctimas y no se pueden quedar aquí a perder el tiempo”, y sí, lo hacen, pero ellas no, aquí se quedarán según lo establecido, hasta las 7 de la noche. El tiempo avanza y por la tarde un acuerdo se establece, sí apoyará la Guardia Nacional y el Centro Regional de Identificación Humana de Coahuila. Una jornada perdida para enmendar un acuerdo no cumplido. El canto este día no se escuchó, pero sí la determinación de las mujeres que ya se acostumbraron a que en este trágico camino nada se logra sin el canto de la lucha, la exigencia y la resistencia.

Vivir y rascar la tierra

El jueves 7 por la mañana se inician las labores de exhumación. La logística y el despliegue de personal es inquietante, todo esto da cuenta de una especialización extrema en la materia, desde maquinaria pesada con retroexcavadora hasta instrumentos de trabajo que presumen una meticulosa precisión para revelar información; expertos en distintas disciplinas que suman esfuerzos en esta incursión que, sin duda, apunta a un emplazamiento complejo, como diría el teórico de las ciencias sociales, Édgar Morín. No se diga del lenguaje especializado que transita por el sitio: cribar, embalar, prueba, indicio, migración del cuerpo, prospección de zona, estudio de contexto, ancla, resguardo, testigo, etcétera. No obstante, una reflexión se hace presente: ¿en qué momento de la historia fue necesario incorporar esta práctica cultural deshumanizada en nuestra vida? Esa práctica hiper especializada, un accionar quirúrgico para recuperar seres humanos violentados en sus derechos humanos hasta llegar a la muerte. ¿No habría sido mejor ahorrarnos esa fase del “desarrollo histórico”? No, para la necropolítica, no. Se trata de lo irracional de lo racional del capitalismo hiper salvaje.

En la Zona Cero comienzan los trabajos. Se ha llegado aquí sin un reglamento de búsqueda, parece increíble, pero así es, después de más de una década del escándalo de las fosas de Tetelcingo en el estado de Morelos, no hay un reglamento de búsqueda. Los expertos en la zona discuten la posibilidad de que una barda cercana a la zona de trabajo se derrumbe, llevan un buen rato en esto. Un bombero mira desde la barandilla que delimita la zona de trabajo y mueve negativamente la cabeza, repite el gesto en varias ocasiones, hasta que comenta, “no se viene, está reforzada, hace sombra pareja, y no hay luz”. Señala desde su expertis en la materia, pues “están capacitados para identificar esto”. ¿No debería usted estar allá?, sin dejar de mirar hacia la barda sólo levanta sus hombros. Luego, se anima a preguntar: “¿Y sí habrá muchos muertos?”, escucha la respuesta de que casi un centenar o más y se asombra. Su asombro crece cuando escucha que en el país hay más de 120 mil desaparecidos. Pregunta de nuevo: “¿por qué habrá tanto de esto, tanto muerto?”, señala que en los últimos años “este trabajo de sacar cuerpos” para él ha crecido, “y por todas partes, en los cerros, los valles, en pozos”. Muestra una secuencia de fotos de una incursión en lo alto de un cerro, la entrada a un pozo y la recuperación de los cuerpos que revelan una franca descomposición. Tiene en su teléfono una galería de esto. “Sí, está feo, luego uno no puede dormir, y más cuando vino el sismo, no nos dábamos abasto, eran tantos muertos, pero así tiene uno que vivir”.

En efecto, en el sismo de 2017, Jojutla fue el municipio del estado de Morelos que más desastres sufrió, incluso, de todo el país. Cuando el tema sale entre los pobladores, no dudan en decir: Jojutla quedó devastado, “casi desaparecemos”, mucha destrucción, muchos muertos, pero el gobierno nunca dijo las cifras reales, fueron muchos muertos. “Aún hoy no nos hemos recuperado, la vida desde entonces ha sido difícil, luego, aquí todo se ha vuelto más caro”. Diferentes gobiernos han llegado pero los apoyos prometidos para salvar ese infortunio jamás. “Luego, vino el covid y no se diga. Pero así hay que seguir viviendo”, señala una mujer en una tienda cercana al panteón. Vivir con la tragedia y la injusticia que, a veces, se ensaña con algunas poblaciones como Jojutla que casi desaparece y hoy alberga a cientos de desaparecidos.

Los días transcurren y los trabajos avanzan, es innegable el cansancio de las buscadoras, como su inquebrantable seguridad, pues aquí seguirán hasta el final. Angélica Rodríguez, del colectivo Regresando a casa, está en la faena y se detiene unos minutos para secar el sudor y tomar agua. Pese al cansancio, dice que esta diligencia ha sido la mejor, que faltan cosas, muchas, pero destaca, por ejemplo, que “ahora comprendemos mejor muchos procesos que antes, los años de búsqueda en el sitio nos han ayudado, pero también porque nos hemos preparado, hemos tomado varios cursos y talleres, y cosas que antes no ocurrían ahora sí están cumpliéndose, eso que aprendimos en los cursos hoy lo estamos viendo”, señala, mientras contempla atenta lo que ocurre en la zona de trabajo.

Para las colectivas, desde que se fundaron, han sido años de trabajo. Primero porque no han descansado un solo día buscando a sus seres queridos, enfrentando y negociando con las instancias de gobierno, comprendiendo la tramitología que implica planear, solicitar y consumar una búsqueda; han leído, investigado, tomado cursos, visitado las fiscalías a preguntar por el avance de sus expedientes. También viajan por el país y no, no son viajes de descanso, se desplazan a cualquier punto de la república cuando hay indicios de que quizá su familiar, por un extraño destino, haya sido ubicado por allá; van a los Servicios Médicos Forenses (Semefo) de esas zonas, a los hospitales, a trabajo en fosas clandestinas o irregulares y visitan los penales locales “porque a veces hay gente desaparecida que está encerrada sin ser reportada o trabajando de manera forzada dentro del penal”, apunta una madre buscadora.

Pasan las semanas y día a día la jornada es prácticamente la misma, rigurosamente precisa: llegar temprano, escuchar el canto, ingresar a zona. Las integrantes que no pasan al epicentro se encargan de conseguir y hacer el desayuno, el almuerzo y la comida, poque no se despegan ni un momento de la zona de trabajo. Comen ahí en el panteón, organizan y limpian sus espacios, están al tanto de su despensa, lavan sus trastes, cocinan y toman nota de lo que les reportan las compañeras que están en la Zona Cero. A diferencia del primer día, cuando la presencia de los medios de comunicación era abundante, conforme han pasado los días aquélla ha disminuido, pero aun así cuando un medio llega, también atienden las entrevistas.

Son ya tres semanas de trabajo y hoy es mediodía. Edith Hernández sale de la zona de trabajo y toma un descanso, en tanto destaca que los hallazgos van lentos. “En 2017, en dos semanas, salieron 85 cuerpos, hoy apenas van 11”. Pero tampoco son buenas noticias, su conocimiento y por lo que ha visto hasta ese momento, le dice que hay indicios de que aún hay muchos cuerpos más. Pero suma un punto favorable: “se está trabajando mejor, al inicio de estas búsquedas los encargados de recuperar los cuerpos entraban a las fosas, pisoteaban los cuerpos, los aventaban, los jaloneaban para sacarlos de la tierra y terminaban desarticulándolos, esa ofensa era terrible, hoy se tiene más cuidado, pero este cuidado ha sido porque nosotras lo hemos exigido, exigimos que expertos forenses estén ahí. No ha sido fácil, pero hemos estudiado y sabemos que hay maneras de hacer esos trabajos, luego venimos y exigimos esos protocolos, hay resistencias por las fiscalías, pero no aceptamos hacer búsquedas sin esos requerimientos; sí, son muchas luchas, pero sólo así hemos avanzado”. Y añade: “sólo tiene conocimiento en búsqueda quien hace búsqueda”.

Edith lleva años en esto y reconoce bien el trato que tienen los cuerpos en las fosas: si están alineados hubo un tiempo para acomodarlos; si no, si están aventados unos sobre otros, desacomodados, quiere decir que la inhumación fue rápida, urgente. “Aunque a veces parece mágico, la posición de los cuerpos te va indicando la ruta de búsqueda, como si ellos te fueran señalando por dónde seguir”. Pero también señala otros aprendizajes de la injusticia que revelan estas incursiones. “Es triste porque aun estando muerto hay diferentes tratos, si el cuerpo tiene ropa de marca u objetos de valor, la gente les da un mejor trato que si visten pobre; o si hay indicios de un cuerpo en ‘calidad de calle’, o si son de la tercera edad, porque piensan que los abandonaron de algún lugar de retiro de adulto mayor”. Ni aquí hay escape de la estigmatización de clase.

Se sabe que desde que iniciaron estos trabajos, aquí en Morelos, se han encontrado restos mortales de larga data, es decir, de muchos años atrás. Se sabe porque las fiscalías, cuando hacen algún registro del cadáver, lo inhuman junto con una botella de PET como las de refresco, y ahí depositan en un papel algunos datos mínimos para registrarlo. Se hace así porque el plástico tiene la propiedad de perdurar por años y resistir distintas condiciones. “Se han llegado a encontrar registros de restos que datan de los años noventa”, añade Edith. El dato hace pensar en los desaparecidos de este país de las épocas de la represión y la Guerra Sucia, donde la práctica de la desaparición fue un hecho constante.

Debido a esta crisis forense en el país, que arroja más de 52 mil cuerpos sin identificar depositados en distintas instancias, el gobierno federal se comprometió a construir el Centro Nacional de Identificación Forense, justo éste se construyó en Xochitepec, Morelos, en 2022. “Funcionó sólo dos años, pero no dio resultados”, en febrero de este año empezó su desmantelamiento, se restringieron sus recursos y se despidió a gran parte del personal, hoy no es más que un cascarón, sólo existe el edificio. De la inversión, el equipamiento, las donaciones –se sabe que recibió donaciones de equipo y capacitaciones de países como Guatemala, Estados Unidos, Alemania y Noruega–, para su funcionamiento, no se sabe nada. “Ya ni nos abren”, dice una víctima. Sobre ese asunto nadie ha dado respuesta ni se ha iniciado una investigación. Han sido distintos momentos de engaños, mentiras y ofensas para las colectivas. En estos días está por ocurrir otro, mientras las colectivas están ocupadas en esta diligencia, porque el gobierno del estado de Morelos lanzó la convocatoria para proponer candidatos para ocupar la Comisión de Búsqueda del estado, limitándolas en tiempo y forma para poder enviar sus propuestas. Pese a eso lo lograron, pero poco después sus candidatos fueron descartados de la terna final. En unos días, el Estado, de esos “idóneos que quedaron, nombrará el mejor perfil para ocupar el puesto”.  

Las víctimas aquí reunidas viven temporalidades diferentes, aunque en términos de la angustia el impactó toma la misma dimensión; algunas llevan buscando semanas; otras, meses; otras, años, o décadas. De acuerdo con la Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas de Morelos, de junio de 2019 a junio de 2023 se tiene registro de que aquí hay 2 personas desaparecidas por día, con un total de 2 mil 260 víctimas, hasta ese registro. Tranquilina Hernández, Lina, este año, cumple una década de búsqueda. Busca a su hija, Mireya, quien hoy tendría 28 años. “No he descansado, desde el primer momento en que desapareció, no he descansado de buscar, trabajar. Hice boteo en Cuernavaca, vendí dulces para sacar fondos y sostener los viajes”, se duele con agobio. “La semana pasada fui a la Ciudad de México, donde está mi caso, porque aquí no le daban seguimiento y me encontré con que hay cambio de mi ministerio público y yo sin saberlo, eso es como empezar de nuevo”, dice con un dejo de tristeza, pero no de derrota. “He tenido que aprender a buscar en fosas, cerros, pozos, aprendí rapel para escalar, descender y buscar en el fondo de los valles, aprendí a rascar la tierra, a eso me dedico: a rascar la tierra para encontrar a mi corazón”.

Entre dibujos, tejidos y vientos

Casi se ha alcanzado el mes de trabajo y los días pasan, pero la dinámica no. El cansancio es más que evidente en todos los que han participado. No deja de sorprender el saber forense que las mujeres han aprendido. De cuando en cuando dan información a sus respectivas colectivas, y dominan la terminología especializada para hacer sus anotaciones, pues ellas llevan sus propios registros y bitácoras de búsqueda. Toman registros de todo lo que ocurre en la Zona Cero, incluso de las irregularidades que a lo largo de esta diligencia se han presentado. Porque ahí también ha habido momentos de tensión, pues los procedimientos no son los acordados, porque hace falta material porque “no hay escalera para descender en la fosa”, porque se brincan protocolos que las buscadoras saben son de rigor, porque ocurren “pequeños errores humanos en la incursión”, pero que pueden afectar los procedimientos posteriores. No obstante, los trabajos no se detienen.

Las buscadoras han desarrollado sus propias metodologías de trabajo, las fórmulas que les dará la posibilidad de llevar una memoria de esto y tener herramientas para futuras búsquedas. Hacen esquemas y dibujan, estos ejercicios recuerdan las bitácoras de campo que los antropólogos del siglo pasado utilizaban, prótesis para la memoria. Tratan de captar las imágenes de la mejor manera “para que no se me escape nada”, dice una de ellas. Sí, la pregunta no deja de revolotear, ¿por qué no usan una cámara? “Es que está prohibido porque no tenemos figura jurídica que nos permita tomar fotos o videos”. No obstante, otras personas sí lo hacen, incluso, los cuerpos de vigilancia. ¿No es esto otra forma de violencia? Aquella conocida como violencia estructural, de manera resumida: tu posición social y de situación en este mundo jerarquizado te permitirá un horizonte de alcances. ¿No tienen las víctimas por su situación el derecho a tener los medios para poder registrar sus hallazgos, el registro preciso de sus búsquedas? ¿No es acto de injusticia y de desventaja ante la autoridad, pues éstos sí tienen los medios técnicos para levantamiento de pruebas? ¿Las víctimas están condenadas a confiar en la memoria y la mirada que siempre es escurridiza? ¿Es acaso una estrategia para que no tengan la prueba del detalle? Los argumentos en este punto son flacos: “Es que pueden lucrar con las imágenes, así se impide revictimizar”. ¿Tendrá interés alguna víctima de querer lucrar con su dolor?

Mientras algunas representantes trabajan en la Zona Cero, otras están al tanto de lo que se pueda requerir. Pero también hay momentos de espera y ni así se deja la lucha por la memoria, que ahora se traduce en la práctica del bordado. Mientras esperan, ellas tejen o bordan. Sobre una tela de manta plasman las historias de su búsqueda. Ellas son sus propias maestras de las manualidades para el recuerdo y una de ellas cuenta: “a mí siempre me gustó hacer y aprender de manualidades, tomé clases. Y eso me entretenía hasta que mi hijo desapareció, y lo dejé de hacer porque su secuestro cambió mi vida. Tiempo después lo retomé, pero ahora que estoy en esto, recuerdo todo lo que aprendí y lo uso aquí para recordar, para hacer hilos para de la memoria”. Ella también pinta sobre la tela para hacer memoria. Muestra un trabajo al que le puso el rostro de su hijo y “su peinado como de manguito chupado”, con los cabellos de punta, lo muestra a las demás y ellas se ríen. La “maestra Lorena”, otra buscadora, ahora enseña a hacer otras manualidades que aprendió a hacer en la Ciudad de México, todo es para recordar. ¿Y esto, lo venden?, “¡No, sería como vender nuestro dolor!”.

Ha terminado la hora de la comida y una de ellas dice que se siente indigesta, que va a buscar un Tehuacán. Lo busca sin suerte en la caja donde tienen bebidas, va con las demás colectivas, pero tampoco hay suerte. Regresa a la mesa y vuelve a pedir ayuda, “¡necesito un Tehuacán!”, lo dice varias veces, una de las compañeras, sin dejar de tejer le dice, “¡Ay, pídeles a ellos, seguro ellos sí tienen!”, y señala a un grupo de policías judiciales que han sido comisionados a la diligencia. Todas se ríen. El humor, a veces trágico, aquí también es necesario.

Mientras bordan, platican, los temas son infinitos. Una pregunta provoca unos momentos breves de silencio: ¿Por qué en los colectivos casi no hay hombres? Las respuestas son diversas, pero algunas coinciden, “algunos sí vienen de vez en cuando, pero sí, nosotras siempre estamos aquí”, pero otra respuesta se replica varias veces: “porque no quisieron seguir con nosotras nuestras parejas, se cansaron de buscar y se fueron, nos dejaron, o los dejamos”, varias de ellas responden que sus parejas no soportaron que ellas salieran tanto tiempo a buscar a sus seres queridos y prefirieron separarse. Pero… en algunos casos ¿no también las víctimas eran sus hijos? “Sí, aun así, les parecía exagerado seguir en la lucha, en la búsqueda, a lo mejor nosotras no renunciamos, porque sentimos a nuestros hijos desde el vientre y ellos no, no saben lo que eso significa, y que de repente ese ser se pierda así, de la nada, no lo aceptamos”. Dejan un momento la costura y miran al infinito. Una voz rompe el punto de silencio, es otra compañera: “¿Quién entra? (a la Zona Cero). Sí, ésta es la lucha desde las trincheras de la ausencia.

Los días han transcurrido hasta llegar al 11 de diciembre, la fecha marcada para el cierre de la diligencia y la gobernadora Margarita González Saravia, nunca llegó. “Pensamos que, por ser mujer, y en un ‘tiempo de mujeres’ ella sí vendría con las buscadoras pero no, no sé si tenga hijos pero pensé que por esa naturaleza sería empática con nosotras, pero no”, reclama una madre buscadora, y completa: “en la semana volvieron a visitarla unas compañeras a Cuernavaca y no las recibió, regresaron y le dejaron un mensaje: ‘que la invitamos a que venga a llenarse de tierra los zapatos’, pero por supuesto no vendrá”. Han sido días agotadores pero han valido la pena, el informe oficial señala que se rescataron 40 cuerpos humanos que se someterán a los análisis correspondientes para saber su identidad. Se sabe que hay desde cuerpos pequeños hasta gente mayor. Es un día tenso. Legalmente, es el día que forzosamente tienen que terminar, pero legalmente también, hay elementos que podrían prolongar la estancia. Por esto, se pausan relativamente las actividades, es un momento de discusión entre funcionarios y algunas buscadoras. No hay ruptura, pero sí la impostergable decisión. “Vamos a regresar, todavía faltan zonas de búsqueda, y creemos que es la zona donde hay muchos más cuerpos que los encontrados esta vez”. Vendrán otra vez los protocolos para solicitar una nueva incursión. ¿Otra vez un año?

Mientras las conversaciones transcurren, a un costado de la Zona Cero otras colectivas hacen un ejercicio de cierre religioso, justo como el que hicieron cuando iniciaron estas jornadas. Lo hacen con respeto, meditabundas, tristes, cansadas pero entregadas al momento. Mientras transcurre la ceremonia, a un pequeño altar improvisado llega una mariposa que vuela en círculos y llama la atención de todos. El sacerdote que dicta la ceremonia señala que “no es la primera vez que cuando se hace un acto de este tipo llega una mariposa y nos acompaña, así lo han comentado otros compañeros, creemos que son las almas de nuestros parientes”.

Algunas mujeres lloran. El día es muy soleado, más allá de los 30 grados centígrados, por supuesto, con su inmenso cielo azul, sin nubes. De pronto se suelta un ventarrón que en algún momento parece que pone en riesgo la estabilidad de las carpas, vuelan algunos objetos de las mesas trabajo. Así, repentino como llegó, se va.

Con la misma rapidez los trabajos se aceleran, pues tienen que cerrar la fosa, levantar el equipo, limpiar y dejar libre el panteón lo más que sea posible. Algunos equipos van y vienen velozmente llevando carretillas con tierra para cerrar la fosa. La urgencia por terminar se percibe y también cómo va cayendo la noche. Ya en la penumbra, se da el último canto, que señala el cierre de esta diligencia. Los equipos salen lentamente del panteón.

Amalia dice, “ahora sí estoy agotada”. De vuelta al centro de Jojutla, comenta: “¿te diste cuenta del aironazo?”. Días atrás Amalia contó una anécdota que marca la historia de su búsqueda. “Era un día que trabajábamos en una fosa aquí en Jojutla, esto fue al inicio de esto, luego de lo de mi sobrino Oliver. Era uno de esos momentos en que la angustia, la desesperación, el coraje, todo se juntan, cuando te preguntas por qué estoy aquí, qué hago aquí. Comenzó a llover y yo a llorar, y dije llena de coraje: ‘Pinche Oliver, ya viste que desmadre hiciste’; y pregunté, ya cansada, ‘Dios mío dime y dame una señal de que esto vale la pena’, seguía lloviendo y yo llorando, luego vino un ventarrón que lanzó sobre mí una malla ciclónica, después todo se fue calmando, pero justo ahí donde me agarró el ventarrón se empezaron a ubicar los cuerpos. Luego, la gente que me acompañaba me dijo ‘viste el rayo, cayó casi junto a ti’. No, no lo vi. Y sí, el sitio era donde estaban los cuerpos. Tengo una foto de ese momento”. Me mira y dice, que algunos no lo creen y quizá tengan razón, pero cuando uno está en esto busca aferrarse a todo… a todo. Silencio… ¿Y qué significaría el viento en esta ocasión? “Tal vez la gente rescatada en esta diligencia nos daba las gracias, o los que se quedan nos piden que no los olvidemos”.

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