Los ríos y los diques

Palabra en peñada

Por: Carlos García Benítez

Transcurre octubre de 2024, sin duda, un mes significativo para la vida del país. Llegó a su fin la primera etapa de un proyecto político encabezado por Andrés Manuel López Obrador, que bautizó como la Cuarta Transformación, con la intención política de articularse, como el eslabón más reciente, a otros procesos históricos del país, acaso los más progresistas de nuestra historia. Me parece, fue un sexenio de claroscuros, con aciertos en diversos ámbitos donde, en efecto, estuvieron en la cresta los que menos tienen, quienes pudieron paliar un destino de penurias y carencias que, al menos, este sexenio les dio un respiro. Pero también con trazos enrarecidos, que configuraron una compleja ecuación: justo en la época en que las clases más golpeadas por un sistema económico rapaz vivieron sus aires venturosos, los magnates vivieron uno de sus mejores momentos, así, por ejemplo, según los datos ofrecidos en diciembre del año pasado por el índice de multimillonarios de Bloomberg, Carlos Slim duplicó su poder económico en el sexenio que se fue. Acaso, ¿esa enredada clave fue el acierto del sistema oficial?, es decir, ¿tener contentos a los extremos en punga en un sistema de lucha de clases?, entonces ¿cuáles son los misterios que sostienen esa ecuación?

Fue un tiempo de muchas revelaciones, de muchos mensajes, evidentes y latentes; llenos de debates públicos y simbólicos, de tensiones aún, al menos para mí, indescifrables. Me quedó aquí con algunos tópicos, quizá más marcados por los mensajes simbólicos que se desprenden. El Primer Piso de la 4T se fue el 1 de octubre, y el 2 de octubre, ya estaba en funciones el segundo piso, a cargo de la primera mujer en la presidencia de México. No deja de ser significativo que esa transición tuviera como marco antecedente y consecuente, el crimen de Estado cometido contra el movimiento estudiantil en el año de 1968. Hecho que tampoco pasó por alto en la primera mañanera de Claudia Sheinbaum, quien hizo alusión al tema, y pidió perdón por ese crimen de Estado. El pasaje era imposible de olvidar para el movimiento morenista que en algunos momentos lo ha tomado como insumo de lucha, pero otros, los más, los ha olvidado y traicionado, negándose a impulsar actos reparadores de justicia.

Sí, la democracia en este país tardó años en llegar. Quienes apostamos a que eso era posible, no pocas veces pensamos que, de verdad, sería imposible, al menos nos sentíamos embaucados por los principios de los clásicos de la Teoría Política que sostenía que la experiencia democrática llegaría cuando los jugadores de la arena política tuvieran la misma posibilidad de llegar alguna vez, por lo menos, a detentar las riendas de los destinos del país. Fraude, tras fraude, en cada elección, parecían alejar cada vez más eso que resultaba más bien una utopía. Pero no, las reflexiones de la ciencia política no estaban equivocadas. En efecto, cuando la decisión apabullante de la sociedad en las urnas decidiera elegir libremente a un candidato o candidata y no dejara filtro por dónde operarán los fraudes de las élites del poder, eso sería una realidad, y sí, se logró, lo logramos con la llegada de AMLO a la presidencia en 2018.

Como estudioso de las ciencias de la comunicación, no me queda la menor duda del papel que juegan los medios de comunicación masiva para construir la opinión pública, manipular, aparecer y desaparecer realidades. Por eso una estrategia de lucha para los movimientos sociales que han aspirado a cambios más justos para la vida de la sociedad, ha sido la toma del espacio público para visibilizarse y tratar de poner en la agenda sus demandas sociales, los movimientos de maestros, médicos o ferrocarrileros que tomaron las calles ante el cerco mediático que los desacreditó hacia la primera mitad del siglo XX, dieron cuenta del valor de la estrategia. El movimiento estudiantil del 1968 llevó a un clímax interesante esta necesidad de salir a la calle para informar de viva voz sobre sus demandas y para hacer contrapeso a la industria del periodismo que día a día los desacreditaba.

Nicolás Echavarría en su serie documental: El memorial del 68 (tveunam, 2008), recoge los testimonios de los miembros del movimiento estudiantil, como Fausto Trejo, Humberto Musacchio, Ignacia Rodríguez,  entre otrxs quienes dan cuenta de la importancia de tomar el espacio público para plantear sus demandas y dirigirse a una sociedad capturada por los noticiarios oficiales, no dejan de ser interesantes sus estrategias, acaso respondiendo al grito de batalla del movimiento cultural de los 60: “La imaginación al poder”, tomar el espacio público para informar no sólo se concentraba en las grandes manifestaciones que hicieron la historia del movimiento, incluía, ponerse afuera de un mercado y (los estudiantes de medicina, por ejemplo) dar algún servicio médico gratuito a la población, e informar los motivos de su movimiento, esto mismo se replicaba a las afueras de las iglesias, los hospitales, las fábricas, etc.; a veces la acción tomaba tintes teatrales: los estudiantes escenificaban de manera planeada un pleito en determinado espacio público para atraer a la gente, ya concentrado el público aleccionaban a los ahí reunidos, explicando las razones de su movimiento. Los estudiantes de veterinaria llegaron a vestir y pasear por las calles a perros con playeras que tenían escritas frases impugnadoras al sistema en turno. Otra estrategia de toma del espacio lo representó el transporte público, donde subían jóvenes a cantar y luego exponían el origen de sus demandas y la necesidad de cambiar la forma en que se gobernaba el país. El espacio público y sus calles se convirtieron entonces en los caminos por donde los ríos humanos se hicieron visibles para exponer las demandas y reclamos a un sistema político represor, a veces fueron ríos enormes, como las célebres manifestaciones que hicieron la historia del movimiento estudiantil del 68, otras, fuero pequeños brazos de ese caudal. Pero siempre, el espacio público devino como ágora para hacer resonar la inconformidad.

Durante los ochenta, los ríos humanos salieron a reclamar y denunciar justicia para las víctimas de los sismos de 1985, y más adelante, las calles dieron voz a un movimiento que rompió con el PRI para impulsar el Frente Democrático Nacional, que luego sentó las bases del PRD, y que en sus inicios significó la vanguardia de una nueva posibilidad política de izquierda en el país, no fue fácil. Hoy, para algunos, ya quedó en el olvido que a ese movimiento el poder reinante en turno le cobró cara la factura de su intención: cientos de muertos. Hoy, parecería algo imposible, ser perseguido y aniquilado por sólo intentar jugar el juego electoral oficial de manera pacífica. Pero, por supuesto, esos atropellos también se denunciaron y reclamaron vía la toma de las calles y, no pocas veces, inundándola con ríos humanos. Ríos que terminaron por abandonar al PRD cuando apostó por la política como empresa de negocios.

Sin duda, en la arena política, para vivir hay que recuperar las experiencias previas, y López Obrador y su movimiento, no dudaron en revivir la toma del espacio público, para afrontar la guerra mediática y sostener un movimiento que parecía poner en serios aprietos a los poderes y élites dueñas del país. La propia historia obradorista se hizo en la calle y la toma del espacio público. La toma del Paseo de la Reforma, como plantón en resistencia para tratar de doblegar al poder reinante que le arrebató la presidencia, no dejó duda de aquellos ríos humanos que se asentaron en la ciudad para impulsar la denuncia y exigir un cambio democrático.

Indiscutiblemente, López Obrador comprendió que la disputa en el espacio público es irrenunciable para lograr una transformación, su propia historia política es la historia que no se puede explicar por una toma del espacio público y, sin embargo, ya en el poder, sucedió la amnesia pragmática. No resultó extraña, pero sí inesperada, al menos para algunos, la manera de gestionar la discrepancia desde el espacio público para AMLO y su cuatro T, ante distintas demandas colectivas. Donde hubo una estrategia constante: bloquear y poner diques en contra del reclamo en espacio público. Curiosamente, el presidente, que basó gran parte de su lucha política en la toma y la intervención del espacio público, pareció sufrir de un olvido de ese mecanismo para manifestar el desacuerdo. Lo más sorprendente fue que no sólo resultó ser una decisión en contra de sus opositores, sino en contra de algunos grupos afines a él y su proyecto, quienes lo apoyaron para llegar al poder y vieron con alarma que sus expectativas para resolver sus agendas se iban borrando poco a poco de la agenda presidencial, en especial de los grupos que habían sido violentados en sus derechos humanos; por el contrario, sus malquerientes resultaron poco afectados en ese sentido, lo cual es natural, para una clase acomodada, no acostumbrada al reclamo ni cómo moverse desde la plaza pública.

Irremediablemente, los muros de la ciudad murmuran historias, y los relatos que ha defendido desde ahí la 4T son relevantes. El primero fue franquear la ciudad ante la discrepancia que marcha en colectivo. Blindar algunos edificios históricos que arropó como propios, cuando se supone que son de la sociedad, porque forman parte de una memoria histórica; pero éstos quedaron en clave de uso de exclusividad: “prohibido hermanarse con la historia”, salvo que sea el oficialismo el que lo enarbole. Sí, en otros momentos también la derecha franqueo los espacios públicos, pero era entendible, pero cuando el accionar viene del supuesto aliado histórico, algo no checa en ese progresismo y humanismo declarado, sobre todo cuando gran parte de quienes decidieron tomar las calles en el sexenio obradorista fueron los colectivos de familiares y grupos de la sociedad civil que exigen, verdad, justicia y no repetición de la violación a los derechos humanos del país: víctimas de feminicidio, desaparición forzada, ejecuciones extrajudiciales y demás pendientes que en la agenda obradorista fueron desdeñados.

Una narrativa se blandió para justificar los diques que se colocaron a los ríos de personas que se manifestaron en contra del gobierno, sobre todo para denunciar los crímenes lesa humanidad que el gobierno ha solapado: que se franqueaban los edificios históricos por ser patrimonio de nuestro pasado y los manifestantes los dañaban. Pero, toda historia, es también una historia en imágenes. El paisaje urbano, contenido en los muros parece contar otra historia: ¿qué se cuida a algunos edificios con años en desuso y con improntas en sus paredes, incluidos los grafitis de tiempos pasados que sí fueron permitidos, pero no así una demanda en reclamo ante la aparición o un feminicidio?, ¿blindar para proteger o blindar para impedir la libre manifestación?

Para quienes tenemos ya un vasto acervo de historia visual en nuestra memoria, nunca habíamos visto un paisaje franqueado como ahora, en esa inexplicable gestión del espacio público para la discrepancia. Quizá, la reciente marcha para conmemorar el décimo aniversario del crimen de Estado en contra de los estudiantes de Ayotzinapa que cometió el gobierno de Enrique Peña Nieto, y que de muchas maneras rubricó la 4T, puso un acento que marcó el posicionamiento este gobierno ante esas demandas: colocó diques de concreto para impedir el paso de los manifestantes hacia la plancha del zócalo. En efecto, no eran infranqueables para la gente joven, pero sí para las personas de la tercera edad, justo para algunxs de lxs madres y padres de los estudiantes desaparecidos. ¿Fue el epílogo del sexenio para el caso Ayotzinapa?

Pese a los diques de la 4T, los ríos de la inconformidad, sobre todo ante la nula respuesta respecto a las violaciones graves a los derechos humanos, han estado ahí, respondiendo a su tradición de tomar el espacio público. La naturaleza del agua es incesante y responde a una mecánica: su fuerza imparable y su contundencia, tanto que en los arroyos y ríos suele marcar las piedras, grabándolas, incluso, en sus formas; en otras ocasiones, también ha demostrado, como lo saben los arquitectos y los ingenieros que pueden ablandar un edificio y derruirlo, aun en su segundo piso, en especial cuando éste no fue bien construido. Los ríos indiscutiblemente, en este país seguirán, los diques aún no lo sabemos, es una historia que está por verse.

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