El cielo gris de San Francisco Tlalcilalcalpan no fue impedimento para que, una vez más, los “locos” tomaran las calles. Durante dos días la lluvia bañó al pueblo pero no detuvo los pasos frenéticos de miles de personas que participaron en el Paseo, una tradición que tiene su origen en 1874 y que refleja no solo la devoción por San Francisco de Asís, sino también la tensión entre la identidad comunitaria y el inefable consumismo.
Desde la mañana del domingo las cuadrillas, ataviadas con disfraces que caracterizaban desde monstruos y personajes de películas hasta creaciones de fantasía, desfilaron por las calles que más tarde se empaparían. El sonido de las bandas resonaba con fuerza, rivalizando con el golpeteo incesante de la lluvia, que aunque no dio tregua no inmutó a los asistentes y participantes: la fiesta debía continuar.






San Francisco de Asís, el santo a quien veneran estos días, recorrió las calles en un tractor adornado con flores y semillas, abriendo el paso a decenas de comparsas que le siguieron. Esta imagen, símbolo de agradecimiento por las cosechas, mantiene vivo el elemento religioso de la celebración impuesto durante la conquista, que se combinó con las tradiciones culturales del pueblo otomí y otras poblaciones indígenas que también estuvieron presentes en la región.
El Paseo de los Locos no es sólo una fiesta, sino una poderosa declaración de identidad para los habitantes de Tlalcilalcalpan, sus delegaciones y pueblos cercanos como Santa María del Monte, San Mateo Tlachichilpan, Almoloya de Juárez, San Antonio Acahualco, San Lorenzo Cuauhtenco y Zinacantepec.






No obstante, con el paso de los años, esta devoción ha dado lugar a una creciente comercialización. Los puestos de comida, la venta de alcohol y la creciente presencia de turistas han hecho que la festividad adquiera un aire de feria en la que no todos los asistentes comparten la misma devoción. Los excesos, las peleas y conflictos son parte también del lado oscuro de la celebración que desborda todo.






Y es que el Paseo de los Locos es, al mismo tiempo, una muestra de fuerza y vulnerabilidad. Mientras sectores importantes de la población siguen comprometidos con su fe y su deseo de convivir y organizan comunidades, cuadras, fábricas, ermitas y barrios, la festividad enfrenta los retos de una sociedad que tiende al consumo y el espectáculo. Los disfraces, antes una simple expresión de alegría, son ahora una competición para ver quién lleva el más elaborado y costoso. Hay algunos que fácilmente superan los 12 mil pesos, y se convierten en muestra de orgullo para las familias que ahorran durante meses para poder lucirlos en el desfile. Otro fuerte gastos es la renta de bandas de viento, que cobran montos de cerca de 40 mil pesos.
La influencia del Paseo de los Locos ha trascendido las fronteras de Tlalcilalcalpan. Sus disfraces, año con año, engalanan las calles de los portales del centro de Toluca en el marco del Día de Muertos. Es parte también de la identidad viva del pueblo, aunque abre la puerta a la masificación y plantea preguntas sobre cómo preservar su esencia ante la avalancha de turistas y la comercialización de cada detalle.




Y aunque la lluvia persistió durante los dos días, dejando a más de uno con el disfraz empapado, el espíritu del Paseo de los Locos sigue tan vibrante como siempre, sorprendiendo a propios y extraños, manteniendo una organización comunitaria que muchos de los vecinos aspiran a convertirla en la base de un gobierno y una sociedad distinta.




Deja un comentario