Antimonumentos, los otros lugares de memoria II

Por: Carlos García Benítez

La práctica de dotar de motivos significantes los espacios que habitamos y por donde nos movemos físicamente no es novedosa, más bien ha acompañado el acontecer humano por el mundo en cualquier tiempo y lugar. El historiador Roger Chartier, en su obra «El mundo como representación», señala que todo aquello que es decisivo para la vida humana no puede permanecer en el universo abstracto, debe materializarse de alguna manera para tenerlo presente, “para estar ahí”. Nuestra naturaleza territorial se marca con cúmulos significantes.

Para los urbanistas la traza de una ciudad invita a una experiencia corpórea de percepción sensorial, es decir, sentir la ciudad; andar por el mundo significa desplazarse y detenerse por sus calles, ser conducidos por banquetas, escaleras, límites y bordes, seguir la línea en el horizonte que impone elevados edificios y el contraste de otros que descienden. Y, por supuesto, esos ejes y dimensiones muchas veces están vinculados a significados de importancia y de poder. Visto así, en efecto, la ciudad y los espacios habitables son un texto dispuesto a la lectura, y otro tanto lo hace la escultura y los monumentos de paisaje que son actos de memoria.

Los antimonumentos, o los otros sitios de memoria, aspiran, en ese sentido, a añadir al
relato histórico materializado, otras páginas de la historia, esas que ha pretendido cercenar una élite política que apuesta por el olvido colectivo de sus prácticas corruptas, despóticas y violentas en contra de la sociedad, hechos que en su máxima expresión han dejado víctimas mortales, sin importar quiénes sean éstas. Desde el punto de vista del paisaje perceptivo del espacio público, éste se recrea con acentos visuales, es decir, motivos que rompen una unidad y ponen un énfasis visual porque quieren llamar la atención. Y el papel del antimonumento está para eso, para ser disruptivos cuando tropecemos con ellos. Están para recordar a lxs niños fallecidos en la guardería ABC, los mineros olvidados de Pasta de Conchos, lxs jóvenes víctimas del News Divine, la violencia imparable de los feminicidios, de los estudiantes de Ayotzinapa, que han hecho la cartografía que desafía el olvido ante el transitar por el espacio público.

Los antimonumentos a diferencia de los monumentos tradicionales oficiales tienen otra naturaleza: los primeros se erigen, por lo común, como emblema de un acontecimiento histórico ya consumado, que quedó en el pasado; los antimonumentos, o los otros sitios de memoria, están para recordar, lamentablemente, que los agravios están presentes y que siguen ocurriendo, de ahí el signo + que suele acompañarlos. Su existencia está justo para interpelar a los poderes políticos en turno.

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