Haragán entre flashazos de melancolía

Por: Patricia Ramírez

La nostalgia atacó entre la parafernalia del escenario —luces, pantalla y fuego— y la primera rola conocida; “despuesito” de odiar a un animador que empeoró la idea de ir a un concierto de El Haragán y compañía en el Teatro Morelos, un concierto sin baile, sin cerveza, sin monas de a varo, sin chemo y sin banda.

Luego vino un Luis Álvarez arregladito, con saco (sí, saco) rojo y una disposición de los músicos en el escenario que no se parecía a lo conocido, a lo viejo, a lo de antes; tardé un par de rolas para que la memoria registrara no las letras sino la sensación, esa que me dijo: “el chamuco no me hace nada”.

Interpreté ese componente extraño que hubo en el transcurrir del repertorio como desconocido y falso, quizá incómodo; luego, ese sentir de que algo no cuadraba con el lugar, con el grupo, conmigo, se desvaneció varias veces con la memoria automática de música, de las rolas, que fueron golpeando transformadas en imágenes sucesivas del pasado, como flashazos de melancolía, evocaciones acompañadas con los acordes de un chelo y un violín, que si bien son sonidos desconocidos en mi recuerdo de las canciones conciliaron las discrepancias de mi ánimo.

Canté con convicción y con nostalgia, con la confusión que me causó entender que el tiempo se fue a alguna parte sin que me diera cuenta; canté con la agridulce sensación de que Juan es un asesino y no un pobre hombre, de que a las basuras las sigue arrastrando el viento, de que los muertos —que cada vez son más cercanos— sólo están durmiendo y de que aún no voy a Nueva York a hacer “una nueva vida para vivirla mejor”.

Muchas cosas se movieron dentro. Tengo pendiente el desenlace del golpe emocional, el saber si Haragán sigue siendo Haragán con toda esa producción, el entender si extraño la Villa Charra o la Arena Toluca, el comprender por qué compré boletos en línea aún con el pésimo servicio de atención a clientes de Seetickets, el saber si evaluar la edad de los asistentes es un consuelo, el definir si la nostalgia recurrente de los últimos días es producto de un chingadazo de adultez casi vejez… por ahora —y con este escrito como intento de salvación— afirmo que fue un concierto chingón, que las rolas de Haragán son un estado de ánimo que hasta el momento no defino y que me mantiene con “el corazón colgando de un cordón”.

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