Por: Ali Pacheco
Fotos: Carlos Pérez
Rotas las piernas, destrozado el cráneo.
Una madre llora.
Huérfano queda un hijo.
Un cuerpo mutilado debajo de un camión.
Una bicicleta rota.
Un trágico recordatorio de la fragilidad de la vida.

Una vez más, una vez más, ya hemos perdido la cuenta de cuántas veces hemos levantado a nuestros muertos del asfalto. Ya hemos perdido la cuenta de todas las veces que hemos gritado «no más muertes viales», «ni un ciclista más asesinado». Ya hemos perdido la cuenta de exigir al gobierno infraestructura peatonal y ciclista en la ciudad.
En las calles no mueren Raymundo Martínez o Alfredo del Mazo. En las calles mueren José, maestro; Pedro, albañil; Jazmín, arquitecta; Don Marcos, abuelo.
Una voz femenina se alzó sobre la multitud aglutinada frente a Palacio de Gobierno, con un micrófono en mano, rompiendo el silencio que había caído sobre todos. «¡Estoy hasta la madre de salir con miedo en mi bicicleta!», gritó con rabia y desesperación, transmitiendo el sentir de todos los presentes.



La historia se repite. Esta semana han muerto 4 ciclistas en el Valle de Toluca. Esos muertos no importan al poder.
Nos subimos a las bicis y rodamos por la ciudad para recordarlos. Bloqueamos en Lerdo, Hidalgo, Morelos, Carranza y Tollocan. Nos mientan la madre, nos empujan los polis, nos llaman vándalos y nos avientan los carros y las motos porque el problema siempre son los ciclistas que no llevan casco.
Pintamos aquí y allá «Muerte al auto», «Ciudad = Muerte» o «Ni uno más». Al día siguiente borran los mensajes. Salimos en los periódicos señalándonos como vándalos, eclipsando el propósito real de la protesta: recordar a los muertos, reclamar justicia y exigir un cambio tangible en las políticas de seguridad vial.
Las demandas caen en oídos sordos, invisibles para aquellos que ostentan el poder. Los nombres de los fallecidos no resuenan en sus mentes, desprovistos de importancia.
Con el corazón aún agitado por la intensidad de la manifestación, los ciclistas sabemos que debemos regresar a nuestros hogares. Pedaleamos con temor, como lo hacemos todos los días, conscientes de los peligros que acechan en cada esquina. Pero también sabemos que debemos perseverar, que cada pedalada es un acto de resistencia, un testimonio de la lucha incansable por una ciudad más segura. Una ciudad para todos.
Un testimonio más de la lucha constante de los ciclistas y peatones, quienes nos negamos a ser invisibles y olvidados.



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